Lc 20, 27-38
1. INVOCA
1. INVOCA
Dispón tu ánimo para comenzar la oración, escuchando la Palabra, el mensaje que el Señor te va a decir hoy.
Pídele al Señor que tú te abras del todo a la inspiración que el Espíritu te proporcionará por medio de la Palabra, ya que Él mismo inspiró a los autores bíblicos.
Pedimos a la Virgen María que nos transplante sus mismas disposiciones para escuchar y llevar a la vida la Palabra.
Recitemos: Cantadora de la gracia:
Cantadora de la gracia,
que se ofrece en los pequeños,
porque sólo los pequeños saben
acogerla.
Profetisa de la liberación,
que solamente los pobres conquistan,
porque sólo los pobres pueden ser libres.
Queremos creer como tú, María,
queremos rezar contigo,
queremos cantar tu mismo Magníficat.
Enséñanos a leer la Biblia,
leyendo a Dios,
como tu corazón la sabía leer,
más allá de la rutina de las sinagogas
y a pesar de la hipocresía de los fariseos..
Enséñanos a leer la historia,
leyendo a Dios, leyendo al hombre,
como la intuía tu fe,
bajo el bochorno del Israel oprimido,
frente a los alardes del Imperio Romano.
Enséñame a leer la vida,
leyendo a Dios, leyéndome,
como lo iban descubriendo tus ojos,
tus manos, tus dolores, tu esperanza.
Te lo pedimos a ti, María y Madre,
para que intercedas por nosotros
ante tu Hijo Jesús. Amén.
2. LEE LA PALABRA DE DIOS (Lc 20, 27-40)
Contexto
Cantadora de la gracia,
que se ofrece en los pequeños,
porque sólo los pequeños saben
acogerla.
Profetisa de la liberación,
que solamente los pobres conquistan,
porque sólo los pobres pueden ser libres.
Queremos creer como tú, María,
queremos rezar contigo,
queremos cantar tu mismo Magníficat.
Enséñanos a leer la Biblia,
leyendo a Dios,
como tu corazón la sabía leer,
más allá de la rutina de las sinagogas
y a pesar de la hipocresía de los fariseos..
Enséñanos a leer la historia,
leyendo a Dios, leyendo al hombre,
como la intuía tu fe,
bajo el bochorno del Israel oprimido,
frente a los alardes del Imperio Romano.
Enséñame a leer la vida,
leyendo a Dios, leyéndome,
como lo iban descubriendo tus ojos,
tus manos, tus dolores, tu esperanza.
Te lo pedimos a ti, María y Madre,
para que intercedas por nosotros
ante tu Hijo Jesús. Amén.
2. LEE LA PALABRA DE DIOS (Lc 20, 27-40)
Contexto
Los fariseos quedaron enmudecidos ante la respuesta de Jesús, que declaraba: Den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios. No pudieron sorprenderle en nada ante el pueblo (Lc 20, 25-26).
Ahora se presentan los saduceos, enemigos de los fariseos, para tenderle otra trampa a Jesús. Los saduceos representaban la casta sacerdotal privilegiada. Son los ricos de Israel, viviendo de los copiosos donativos de los peregrinos al templo de Jerusalén. Por eso, su visión de la Ley es de estilo materialista y, de ahí, que negaran la resurrección de los muertos (20, 27). Para los saduceos, lo que cuenta en esta tierra es la imagen, el nombre, el poder y la fama; después, nada. Por eso, conviene acumular un gran patrimonio para dejar a sus hijos. Sobrevive quien más riquezas deja a sus descendientes.
Los fariseos creían en la resurrección de los muertos. Y en esta ocasión, los saduceos quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús que, en este punto, coincidía con los fariseos.
La ley del levirato (levir = cuñado) (Dt 25, 5-10) mandaba que el cuñado se casara con la mujer de su hermano, ya fallecido, con el fin de perpetuar el nombre y de no dividir la herencia familiar.
Texto
Texto
Jesús, como en otras ocasiones, quiere devolver a la ley del levirato el verdadero sentido de su institución: la trasmisión a los hijos y nietos de la alianza y de la fidelidad. Él es el Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob (v. 37). Y éstos supieron que sus descendencias eran fruto de la bendición del Señor.
La vida pertenece a Dios y Dios está al principio y en el medio de toda vida, que crea y sustenta a toda criatura, en especial a los seres humanos. No es un Dios de muertos sino de vivos, porque todos viven por él (v. 38).
La enseñanza de Jesús para todos los tiempos es:
a. La vida futura del resucitado es una vida transfigurada. Son hijos de Dios, porque han resucitado (v. 36) y vivida en presencia de Dios: Son como los ángeles (v 36).
b. La resurrección no es una mera continuidad de esta vida. Por eso, los que sean considerados dignos de la vida futura, cuando los muertos resuciten, no se casarán (v. 35).
c. Para Jesús, no tiene sentido una religión de muertos. El Dios de Jesús es el Dios de la vida, aquí y allá. El Dios preocupado de la vida de sus hijos. El Dios que envía a su Hijo Jesús a la tierra, a la condición humana, para vencer todo aquello que destruye la vida verdadera.
d. Nuestra vida ha de transcurrir por los mismos cauces y rumbos que la vida de Jesús. Si el Padre resucitó a Jesús, es porque su Hijo fue fiel y disponible al plan de Dios sobre sí mismo y sobre los hombres. Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad (Heb 10, 7).
e. “La resurrección, para el cristiano, es la resurrección de Jesús, o sea, el hecho de que Dios haya constituido Señor y Cristo al Crucificado, a aquel que murió de una muerte violenta, el que murió y fracasó. Es la relación con el Resucitado y con el Viviente lo que da valor a nuestra vida, es la esperanza del encuentro con Él, buscando perder la vida para encontrarla. La muerte ya no es entonces dejar, sino encontrar; recibir, contemplar al autor de la vida, a aquel que nos la dio y la custodia en sus manos” (A. López Baeza).
3. MEDITA (Qué me dice la Palabra de Dios)
a. La vida futura del resucitado es una vida transfigurada. Son hijos de Dios, porque han resucitado (v. 36) y vivida en presencia de Dios: Son como los ángeles (v 36).
b. La resurrección no es una mera continuidad de esta vida. Por eso, los que sean considerados dignos de la vida futura, cuando los muertos resuciten, no se casarán (v. 35).
c. Para Jesús, no tiene sentido una religión de muertos. El Dios de Jesús es el Dios de la vida, aquí y allá. El Dios preocupado de la vida de sus hijos. El Dios que envía a su Hijo Jesús a la tierra, a la condición humana, para vencer todo aquello que destruye la vida verdadera.
d. Nuestra vida ha de transcurrir por los mismos cauces y rumbos que la vida de Jesús. Si el Padre resucitó a Jesús, es porque su Hijo fue fiel y disponible al plan de Dios sobre sí mismo y sobre los hombres. Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad (Heb 10, 7).
e. “La resurrección, para el cristiano, es la resurrección de Jesús, o sea, el hecho de que Dios haya constituido Señor y Cristo al Crucificado, a aquel que murió de una muerte violenta, el que murió y fracasó. Es la relación con el Resucitado y con el Viviente lo que da valor a nuestra vida, es la esperanza del encuentro con Él, buscando perder la vida para encontrarla. La muerte ya no es entonces dejar, sino encontrar; recibir, contemplar al autor de la vida, a aquel que nos la dio y la custodia en sus manos” (A. López Baeza).
3. MEDITA (Qué me dice la Palabra de Dios)
¿Cómo enfrentamos la vida? ¿Con audacia, con debilidad, con entrega, con confianza?
¿Agradecemos al Señor cada día el don de la vida? ¿Nos damos cuenta que el seguir viviendo es una creación continua, fruto de un acto constante de amor del Padre?
¿En qué ponemos nuestro éxito y triunfo en la vida? ¿Cuáles son los valores, humanos y evangélicos, que nos sustentan para seguir viviendo con ganas?
¿Convertimos los sufrimientos y contradicciones en aceptación gozosa para ir resucitando cada día más hasta llegar a la plena resurrección?
¿Qué hacemos por la vida de los demás? ¿Por la dignidad de las personas, por la vida del que va a nacer, de los niños y ancianos abandonados... de tantos que tienen un malvivir?
4. ORA (Qué le respondo al Señor)
Señor Jesús, también a nosotros, como un día a tus discípulos, nos resulta difícil comprender el anuncio de pasión-muerte-resurrección. También nosotros, a veces, nos comportamos de modo parecido a los saduceos, porque buscamos nuestra afirmación en este estilo de vida, demasiado materialista, que nos hemos programado. Y, con frecuencia, sin referencia a la vida verdadera, a perder la vida por causa del Evangelio.
Tú, que has venido a darnos a conocer al Dios de la vida, haznos testigos animosos de tu Pascua y llevar a cabo en nosotros la esperanza de estar contigo siempre en la gloria del Reino de Dios, nuestro Padre.
5. CONTEMPLA
4. ORA (Qué le respondo al Señor)
Señor Jesús, también a nosotros, como un día a tus discípulos, nos resulta difícil comprender el anuncio de pasión-muerte-resurrección. También nosotros, a veces, nos comportamos de modo parecido a los saduceos, porque buscamos nuestra afirmación en este estilo de vida, demasiado materialista, que nos hemos programado. Y, con frecuencia, sin referencia a la vida verdadera, a perder la vida por causa del Evangelio.
Tú, que has venido a darnos a conocer al Dios de la vida, haznos testigos animosos de tu Pascua y llevar a cabo en nosotros la esperanza de estar contigo siempre en la gloria del Reino de Dios, nuestro Padre.
5. CONTEMPLA
Nuestra propia resurrección a la vida que no termina. Seremos transformados y viviremos en la adoración y fascinación de un Padre que nos amó desde siempre y que en la eternidad nos fundimos en un abrazo total.
En la contemplación de lo que nos espera, levantemos nuestro ánimo en los momentos difíciles de nuestra existencia.
6. ACTÚA
6. ACTÚA
Ser testigos de la resurrección de Jesús en la vida que nos toca llevar
Dar ánimos y motivos de esperanza a aquellos que se encuentran desesperanzados.
Trabajar a favor de la vida, de toda vida: corporal, sicológica, moral.
Recitemos: El mejor lenguaje sobre Dios:
Dije al almendro: ¡Háblame de Dios!
Y el almendro floreció.
Dije al pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me ofreció una capa.
Dije al sueño: ¡Háblame de Dios!
Y el sueño se hizo realidad.
Dije a la casa: ¡Háblame de Dios!
Y se abrió la puerta.
Dije aun niño. ¡Háblame de Dios! .
Y el niño me lo pidió a mí.
Dije aun campesino: ¡Háblame de Dios!
Y el campesino me enseñó a labrar.
Dije a la naturaleza: ¡Háblame de Dios!
Y la naturaleza se cubrió de hermosura.
Dije al amigo: ¡Háblame de Dios!
Y el amigo me enseñó a amar.
Dije a un pequeño: ¡Háblame de Dios!
Y el pequeño sonrió.
Dije al ruiseñor: ¡Háblame de Dios!
Y el ruiseñor se puso a cantar.
Dije a un guerrero: ¡Háblame de Dios!
Y el guerrero dejó sus armas.
Dije al dolor: ¡Háblame de Dios!
Y el dolor se transformó en agradecimiento.
Dije a la fuente: ¡Háblame de Dios!
y el agua brotó.
Dije a mi madre: ¡Háblame de Dios!
y mi madre me dio un beso en la frente.
Dije a la mano: ¡Háblame de Dios!
y la mano se convirtió en servicio.
Dije al enemigo: ¡Háblame de Dios!
y el enemigo me tendió la mano.
Dije nuevamente a un pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me acogió.
Dije a la gente: ¡Háblame de Dios!
Y la gente se amaba.
Dije a la Biblia: ¡Háblame de Dios!
Y la Biblia se ahogó de tanto hablar
Dije a la voz: ¡Háblame de Dios!
Y la voz no encontró palabras.
Dije a Jesús: ¡Háblame de Dios!
Y Jesús rezó el Padrenuestro.
Dije, temeroso, al sol poniente: ¡Háblame de Dios!
Y se ocultó sin decirme nada.
Pero, al día siguiente, al amanecer,
cuando abrí la ventana,
ya me volvió a sonreír. (Miguel Estradé)
Dije al almendro: ¡Háblame de Dios!
Y el almendro floreció.
Dije al pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me ofreció una capa.
Dije al sueño: ¡Háblame de Dios!
Y el sueño se hizo realidad.
Dije a la casa: ¡Háblame de Dios!
Y se abrió la puerta.
Dije aun niño. ¡Háblame de Dios! .
Y el niño me lo pidió a mí.
Dije aun campesino: ¡Háblame de Dios!
Y el campesino me enseñó a labrar.
Dije a la naturaleza: ¡Háblame de Dios!
Y la naturaleza se cubrió de hermosura.
Dije al amigo: ¡Háblame de Dios!
Y el amigo me enseñó a amar.
Dije a un pequeño: ¡Háblame de Dios!
Y el pequeño sonrió.
Dije al ruiseñor: ¡Háblame de Dios!
Y el ruiseñor se puso a cantar.
Dije a un guerrero: ¡Háblame de Dios!
Y el guerrero dejó sus armas.
Dije al dolor: ¡Háblame de Dios!
Y el dolor se transformó en agradecimiento.
Dije a la fuente: ¡Háblame de Dios!
y el agua brotó.
Dije a mi madre: ¡Háblame de Dios!
y mi madre me dio un beso en la frente.
Dije a la mano: ¡Háblame de Dios!
y la mano se convirtió en servicio.
Dije al enemigo: ¡Háblame de Dios!
y el enemigo me tendió la mano.
Dije nuevamente a un pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me acogió.
Dije a la gente: ¡Háblame de Dios!
Y la gente se amaba.
Dije a la Biblia: ¡Háblame de Dios!
Y la Biblia se ahogó de tanto hablar
Dije a la voz: ¡Háblame de Dios!
Y la voz no encontró palabras.
Dije a Jesús: ¡Háblame de Dios!
Y Jesús rezó el Padrenuestro.
Dije, temeroso, al sol poniente: ¡Háblame de Dios!
Y se ocultó sin decirme nada.
Pero, al día siguiente, al amanecer,
cuando abrí la ventana,
ya me volvió a sonreír. (Miguel Estradé)
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