Mis padres habían salido de compras. Fui a su dormitorio y miré una caja de fósforos al lado de la cama. Cuando tomé en mis manos los fósforos, me parecía oír a mi padre: «No juegues con fósforos.» Detrás de la mesa había unas hermosas cortinas. ¿Qué sucedería si pasara un fósforo encendido cerca de la cortina? Un pequeño hueco apareció en ella. Me asusté y escondí el hueco detrás de la mesa, confiando que no lo vieran.
Esa noche, al acostarme, me dolía la barriga. Me puse a llorar. Mi padre entró al cuarto y me dijo: «Hijo, ¿qué te pasa?».
Le dije: «Tengo dolor de barriga.»
Mi padre se sentó en la cama y me dijo: «¿Dónde te duele? ¿Se siente como una cortina quemada?». Entonces me dijo: «Hijo, creo que aprendiste tu lección. Te quiero. Trata de dormir.»
Se me quitó el dolor. Mi conciencia estaba tranquila. Nunca olvidé la sabiduría de mi padre. A través de los años, al crecer en la fe, he podido entender que el amor y el perdón de Dios limpian la conciencia.
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