Cuando uno se sube a un tren se da cuenta de que no está solo, de que forma parte de un grupo de pasajeros y de que él no es el maquinista que dirige el tren. Algo parecido sucede en la oración litúrgica, especialmente en la Misa.
El Papa nos recuerda que Cristo está vivo (ha resucitado) y que sigue estando presente en el tiempo y en el espacio en Su Iglesia. La Liturgia por tanto no es un recuerdo de eventos pasados, sino la presencia viva de Cristo que une tiempos y espacios. Por este motivo la Liturgia implica universalidad. Cuando se inicia la Misa, no es sólo el individuo (fiel, sacerdote o comunidad) la que participa en la liturgia, sino que cada uno de los presentes se adentra de modo invisible y misterioso en la liturgia universal y eterna que tiene lugar en el cielo. Es como participar en la Misa que tiene lugar en el cielo, como subirte a un tren en marcha. Ya no estás rezando tú solo, sino que formas parte de un tren cuyo maquinista es el mismo Cristo.
La próxima vez que vayamos a Misa, intentemos recordar esta verdad cuando hagamos el signo de la cruz al inicio de la Liturgia.
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