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martes

¿Cómo convencer a mis amigos para que oren?


«En todas partes, se mostraba, de palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos» (De varios escritos de la Historia de la Orden de Predicadores

 ¿Qué buen creyente no quisiera que todos sus amigos tuviesen la misma experiencia que él? Ver a tantas personas gritar en un mundo convulso y vacío te parte el corazón y quisieras tomar la solapa de muchos, sacudirlos y decirles que tú tienes la respuesta, que Dios es quien da sentido a todo, sufrimiento incluido…
 
Esta es justo la experiencia de un amigo italiano, Cristiano Birarelli. Desde el nacimiento de su hija Aurora, todo ha sido un cuesta arriba: enfermedades, operaciones, pagos de seguros, etc. El trago fue muy amargo y, no hay por qué negarlo, las lágrimas también hicieron acto de presencia. Y aunque el panorama se presentaba muy negro, no era imposible. Desde el primer momento de la enfermedad de su niña, me confesaría más adelante, él se dirigía constantemente al que mejor podía ayudar a su hijita: «Me fui a hablar con Cristo y le pedí que me ayudara, que curara a Aurora». Asistía con más asiduidad a la Iglesia, casi diariamente, para elevar su plegaria. Y me decía: «A mí me da compasión quien dice que no cree: ¡qué harían en momentos como el mío!».
¿Qué hacer, entonces, para que ante situaciones como las de Cristiano, todos puedan afrontarlo lo mejor posible? ¿Cómo convencerles de que sólo Dios da la paz del alma? Es Santo Domingo el que quiere respondernos: no con sus escritos, sino con su ejemplo.
Es ya famosa la frase de Nietzsche de que los cristianos no tienen cara de resucitados. Y creo que tiene razón. Si nos detenemos en un semáforo cualquiera de nuestra ciudad y miramos las caras de los viandantes, ¿cuántos están sonriendo? ¿Tú sonríes? 
Y no es que sea una sonrisa hueca, como de alguien que no está sufriendo. No. Es esa sonrisa que uno ha pulido en su oración, en el trato con Dios. Una sonrisa que florece incluso a pesar del dolor y las lágrimas. Y es que una sonrisa muchas veces predica mucho más que un sermón preparado por horas por el mejor de los predicadores. Es el lema de la orden de los dominicos: contemplar para luego predicar.
Esa es la actitud que debemos tener para que oren todos los que me rodean. ¿Por qué? Porque de nada sirve estar diciendo o insistiendo a alguien si con nuestra vida no damos ejemplo. Es el típico ejemplo de quien se dice muy cristiano porque va a misa todos los días pero pasa su vida criticando a los demás. ¿Cómo vivió entonces su misa?
Debe ser justo al revés: que nuestro trato con Dios sea tal que los demás, al vernos, digan: éste tiene algo que yo quiero. Y será así, como tan bien hizo Santo Domingo de Guzmán, que podremos construir una mejor sociedad.
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«En todas partes, se mostraba, de palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos» (De varios escritos de la Historia de la Orden de Predicadores

 ¿Qué buen creyente no quisiera que todos sus amigos tuviesen la misma experiencia que él? Ver a tantas personas gritar en un mundo convulso y vacío te parte el corazón y quisieras tomar la solapa de muchos, sacudirlos y decirles que tú tienes la respuesta, que Dios es quien da sentido a todo, sufrimiento incluido…
 
Esta es justo la experiencia de un amigo italiano, Cristiano Birarelli. Desde el nacimiento de su hija Aurora, todo ha sido un cuesta arriba: enfermedades, operaciones, pagos de seguros, etc. El trago fue muy amargo y, no hay por qué negarlo, las lágrimas también hicieron acto de presencia. Y aunque el panorama se presentaba muy negro, no era imposible. Desde el primer momento de la enfermedad de su niña, me confesaría más adelante, él se dirigía constantemente al que mejor podía ayudar a su hijita: «Me fui a hablar con Cristo y le pedí que me ayudara, que curara a Aurora». Asistía con más asiduidad a la Iglesia, casi diariamente, para elevar su plegaria. Y me decía: «A mí me da compasión quien dice que no cree: ¡qué harían en momentos como el mío!».
¿Qué hacer, entonces, para que ante situaciones como las de Cristiano, todos puedan afrontarlo lo mejor posible? ¿Cómo convencerles de que sólo Dios da la paz del alma? Es Santo Domingo el que quiere respondernos: no con sus escritos, sino con su ejemplo.
Es ya famosa la frase de Nietzsche de que los cristianos no tienen cara de resucitados. Y creo que tiene razón. Si nos detenemos en un semáforo cualquiera de nuestra ciudad y miramos las caras de los viandantes, ¿cuántos están sonriendo? ¿Tú sonríes? 
Y no es que sea una sonrisa hueca, como de alguien que no está sufriendo. No. Es esa sonrisa que uno ha pulido en su oración, en el trato con Dios. Una sonrisa que florece incluso a pesar del dolor y las lágrimas. Y es que una sonrisa muchas veces predica mucho más que un sermón preparado por horas por el mejor de los predicadores. Es el lema de la orden de los dominicos: contemplar para luego predicar.
Esa es la actitud que debemos tener para que oren todos los que me rodean. ¿Por qué? Porque de nada sirve estar diciendo o insistiendo a alguien si con nuestra vida no damos ejemplo. Es el típico ejemplo de quien se dice muy cristiano porque va a misa todos los días pero pasa su vida criticando a los demás. ¿Cómo vivió entonces su misa?
Debe ser justo al revés: que nuestro trato con Dios sea tal que los demás, al vernos, digan: éste tiene algo que yo quiero. Y será así, como tan bien hizo Santo Domingo de Guzmán, que podremos construir una mejor sociedad.

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