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Rezar por la vocación familiar. Los hijos necesitan padres de verdad

La vocación matrimonial y familiar, no me cansaré de repetirlo, es el origen y cuna de todas las otras
 
Rezar por la vocación familiar. Los hijos necesitan padres de verdad
Rezar por la vocación familiar. Los hijos necesitan padres de verdad
A mí me parece muy bien que se recen por las vocaciones sacerdotales. Pero considerar que estas vocaciones son las únicas, cuando tanto se pide por ellas, me parece un error muy extendido y a corregir cuanto antes.

La vocación matrimonial y familiar, no me cansaré de repetirlo, es el origen y cuna de todas las otras. Al menos, en buena teoría. La familia cristiana es el primer seminario, o semillero, para todas las demás vocaciones. La apertura generosa para responder al don de la llamada del Señor también está en un noviazgo vivido desde la fe cristiana, firme, el amor verdadero, casto y la espera necesaria, paciente, de la entrega en el consentimiento matrimonial.

Hoy en día se echa de menos a padres de verdad, no meros progenitores biológicos, que sepan ayudar a crecer y madurar a sus hijos no a través de un serie de premios y castigos, no sólo a través de la compra y la privación de consolas de videojuegos según rindan en la escuela o estudios, sino quienes acompañen y guíen, en serio, hacia la madurez a unos hijos que necesitan tanto de su cariño como de sus palabras sabias, y gestos oportunos, de primeros educadores y referentes prácticos, testigos fiables, coherentes, de creencias y valores.

¿Dónde podemos encontrar auténticos padres hoy en día, maduros, responsables, conscientes de sus posibilidades y limitaciones, modelos y referencias de sus hijos? Sólo quién ha sabido respetar, madurar, y honrar a sus padres está en condiciones de serlo también con sus hijos. Pero no se puede pedir lo mismo, porque no sabe hacerlo, a quien no ha hecho ese camino. La delegación en la escuela de esa tarea suya, por cierta conciencia o reconocimiento de su imposibilidad, en el mejor de los casos, no hace sino agravar más el problema.

Tampoco se advierte mucho interés en aprender a ser padre, porque se llega a una edad en que o no se quiere dedicar tiempo a ello, o se piensa que los hijos ya se educarán solos, o bien que se ocupen los que son más expertos, dado que se nos han ido de las manos y no sabemos qué hacer. Las escuelas de padres son aprovechadas por unos pocos que terminan abandonando.

Sin embargo soy testigo que en algunas ocasiones, cuando por medio está una comunidad cristiana parroquial máxime si está próxima a una comunidad educativa, las cosas cambian. Se plantean temas y conversaciones muy actuales, interesantes y en clave práctica, de diálogo abierto con niños y jóvenes. Problemas y casos reales, para su consideración, dentro de una comunidad de vida cristiana que quiere crecer y madurar en humanidad.

Vivamos la urgencia de un testimonio de verdadero amor matrimonial y familiar. Necesitamos padres más maduros, mejor preparados para afrontar la acogida y educación de sus hijos, con la debida paciencia, autoridad, cariño y sacrificio que los hijos necesitan de ellos, que no se educan ni solos, ni con ninguna pantallita delante y mucho menos en la calle como pasa en tantas ocasiones.

San José, patrono de las familias cristianas, ruega por nosotros.
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La vocación matrimonial y familiar, no me cansaré de repetirlo, es el origen y cuna de todas las otras
 
Rezar por la vocación familiar. Los hijos necesitan padres de verdad
Rezar por la vocación familiar. Los hijos necesitan padres de verdad
A mí me parece muy bien que se recen por las vocaciones sacerdotales. Pero considerar que estas vocaciones son las únicas, cuando tanto se pide por ellas, me parece un error muy extendido y a corregir cuanto antes.

La vocación matrimonial y familiar, no me cansaré de repetirlo, es el origen y cuna de todas las otras. Al menos, en buena teoría. La familia cristiana es el primer seminario, o semillero, para todas las demás vocaciones. La apertura generosa para responder al don de la llamada del Señor también está en un noviazgo vivido desde la fe cristiana, firme, el amor verdadero, casto y la espera necesaria, paciente, de la entrega en el consentimiento matrimonial.

Hoy en día se echa de menos a padres de verdad, no meros progenitores biológicos, que sepan ayudar a crecer y madurar a sus hijos no a través de un serie de premios y castigos, no sólo a través de la compra y la privación de consolas de videojuegos según rindan en la escuela o estudios, sino quienes acompañen y guíen, en serio, hacia la madurez a unos hijos que necesitan tanto de su cariño como de sus palabras sabias, y gestos oportunos, de primeros educadores y referentes prácticos, testigos fiables, coherentes, de creencias y valores.

¿Dónde podemos encontrar auténticos padres hoy en día, maduros, responsables, conscientes de sus posibilidades y limitaciones, modelos y referencias de sus hijos? Sólo quién ha sabido respetar, madurar, y honrar a sus padres está en condiciones de serlo también con sus hijos. Pero no se puede pedir lo mismo, porque no sabe hacerlo, a quien no ha hecho ese camino. La delegación en la escuela de esa tarea suya, por cierta conciencia o reconocimiento de su imposibilidad, en el mejor de los casos, no hace sino agravar más el problema.

Tampoco se advierte mucho interés en aprender a ser padre, porque se llega a una edad en que o no se quiere dedicar tiempo a ello, o se piensa que los hijos ya se educarán solos, o bien que se ocupen los que son más expertos, dado que se nos han ido de las manos y no sabemos qué hacer. Las escuelas de padres son aprovechadas por unos pocos que terminan abandonando.

Sin embargo soy testigo que en algunas ocasiones, cuando por medio está una comunidad cristiana parroquial máxime si está próxima a una comunidad educativa, las cosas cambian. Se plantean temas y conversaciones muy actuales, interesantes y en clave práctica, de diálogo abierto con niños y jóvenes. Problemas y casos reales, para su consideración, dentro de una comunidad de vida cristiana que quiere crecer y madurar en humanidad.

Vivamos la urgencia de un testimonio de verdadero amor matrimonial y familiar. Necesitamos padres más maduros, mejor preparados para afrontar la acogida y educación de sus hijos, con la debida paciencia, autoridad, cariño y sacrificio que los hijos necesitan de ellos, que no se educan ni solos, ni con ninguna pantallita delante y mucho menos en la calle como pasa en tantas ocasiones.

San José, patrono de las familias cristianas, ruega por nosotros.

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