Señor cardenal, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
estimados hermanos y hermanas.
Me dirijo a todos ustedes dándoles un cordial saludo, iniciando por el señor cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, a quien agradezco por su gentiles palabras y por las informaciones sobre la actividad de las Obras Misionales Pontificias. Extiendo mi pensamiento al secretario Monseñor Savio Hon Tai-Fai; al secretario adjunto Mons. Pergiuseppe Vacchelli, presidente de las Obras Misionales Pontificias; a los directores nacionales y a todos los colaboradores, así como a quienes prestan su generoso servicio en el dicasterio. Mi pensamiento como el suyo en este momento se dirige al padre Massimo Cenci, subsecretario, fallecido improvisamente. El Señor lo recompense por todo el trabajo que cumplió en misión y al servicio de la Santa Sede.
El encuentro de hoy se realiza en el contexto de la Asamblea anual del Consejo Superior de las Obras Misioneras Pontificias, a quien está confiada la cooperación misionera de todas las iglesias del mundo.
La evangelización, que siempre tiene un carácter de urgencia, en estos tiempos empuja a la Iglesia a obrar con paso aún más expedito por las vías del mundo, para llevar a cada hombre a conocer a Cristo. Solamente en la verdad, de hecho, que es Cristo mismo, la humanidad puede descubrir el sentido de su existencia, encontrar la salvación y crecer en la justicia y en la paz.
Cada hombre y cada pueblo tienen derecho a recibir el evangelio de la verdad. En esta perspectiva asume un particular significado su empeño para celebrar el Año de la Fe, a esta altura ya cercano; para reforzar el empeño de difusión del reino de Dios y del conocimiento de la fe cristiana. Esto exige de parte de quienes ya encontraron a Jesucristo “una auténtica y renovada conversión al Señor, el único salvador del mundo”. (Carta ap. Porta Fidei, 6). Las comunidades cristianas “de hecho tienen necesidad de volver a escuchar la voz del Esposo, que invita a la conversión, que los incita al ardor de cosas nuevas y los llama a empeñarse en la gran obra de la nueva evangelización”. (Juan Pablo II, Ex. ap. Postsin. Ecclesia in Europa, 23).
Jesús, el Verbo encarnado es siempre el centro del anuncio, el punto de referencia para la consecución y para la misma metodología de la misión evangelizadora, porque Él es el rostro humano que Dios quiere encontrar en cada hombre y en cada mujer para hacerlos entrar en comunión con Él, en su amor. Recorrer las calles del mundo para proclamar el evangelio a todos los pueblos de la tierra y guiarlos al encuentro con el Señor (cfr. Cart. ap. Porta Fidei,7), exige entonces que el anunciador tenga una relación personal y cotidiana con Cristo, lo conozca y lo ame profundamente.
La misión hoy tiene necesidad de renovar su confianza en la acción de Dios; tiene necesidad de una oración más intensa para que venga su reino, para que sea hecha su voluntad así en el Cielo como en la Tierra. Es necesario invocar luz y fuerza del Espíritu Santo, y empeñarse con decisión y generosidad para inaugurar en un cierto sentido, “una nueva época de anuncio del evangelio... porque después de dos mil años una gran parte de la familia humana aún no reconoce a Cristo, pero también porque la situación en la que la Iglesia y el mundo se encuentran, presenta particulares desafíos a la fe religiosa” (Juan Pablo II, Exort. ap. postsin.Ecclesia in Asia, 29).
Estoy por lo tanto muy contento de poder alentar el proyecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y de las Obras Pontificas Misioneras, en apoyo al Año de la Fe. Tal proyecto prevé una campaña mundial que a través de la oración del santo rosario, acompañe la obra de evangelización en el mundo y sea para tantos bautizados, el redescubrir y profundizar la fe.
Queridos amigos, saben bien que el anuncio del evangelio comporta no pocas veces dificultad y sufrimiento; el crecimiento del reino de Dios en el mundo, de hecho no raramente tiene como costo la sangre de sus fieles.
En esta fase de cambios económicos, culturales y políticos, donde frecuentemente el ser humano se siente solo, atrapado por la angustia y la desesperación, los mensajeros del evangelio, también como anunciadores de esperanza y de paz, siguen siendo perseguidos como su Maestro y Señor. No obstante esto, los problemas y la trágica realidad de la persecución, la Iglesia no se desanima, permanece fiel al mandato de su Señor, con la conciencia que “como siempre en la historia cristiana, los mártires, o sea los testimonios son numerosos e indispensables al camino del evangelio”. (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 45). El mensaje de Cristo, hoy como ayer, no puede adecuarse a la lógica de este mundo, porque es profecía y liberación, es semilla de una humanidad nueva que crece y solamente al final de los tiempos tendrá su plena realización.
A ustedes se les confía en manera particular, la tarea de sostener a los ministros del evangelio, ayudándoles a “conservar la alegría de evangelizar aún cuando sea necesario sembrar entre las lágrimas”. (Pablo VI, Exort. ap. Evangeli nuntiandi, 80). Su peculiar empeño contempla también mantener viva la vocación misionera de todos los discípulos de Cristo, de manera que cada uno, según el carisma recibido por el Espíritu Santo, pueda tomar parte de la misión universal que el Resucitado entregó a su Iglesia. Su obra de animación y formación misionera hace parte del alma del cuidado pastoral, porque la 'missio ad gentes' constituye el paradigma de toda la acción apostólica de la Iglesia. Sean cada vez más la expresión visible y concreta de la comunión de personas y de medios entre las iglesias, que como vasos comunicantes viven la misma vocación y tensión misionera, y en cada rincón de la Tierra trabaja para sembrar el Verbo de Verdad en todos los pueblos y culturas. Estoy seguro que continuarán a empeñarse para que las iglesias locales asuman, siempre más generosamente, su parte de responsabilidad en la misión universal de la iglesia.
La Virgen Santísima, Reina de las Misiones, les acompañe en este servicio y sostenga cada una de sus fatigas para promover la conciencia y la colaboración misionera. Con este deseo, que tengo siempre presente en mi oración, les agradezco a todos ustedes y a los que cooperan en la causa de la evangelización, y de corazón imparto a cada uno la bendición apostólica.
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