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sábado

la reconciliación y la cooperación

La Iglesia HoyMucho me complace dar la bienvenida a esta delegación del Congreso Judío Latinoamericano. Nuestro encuentro es particularmente significativo, pues ustedes son el primer grupo que representa a organizaciones y comunidades judías en América Latina con el que me he encontrado aquí en el Vaticano. En toda Latinoamérica hay comunidades judías dinámicas, especialmente en Argentina y Brasil, que viven junto a una gran mayoría de católicos. A partir de los años del Concilio Vaticano II, las relaciones entre judíos y católicos se han fortalecido también en su región, y hay diversas iniciativas que siguen profundizando la mutua amistad.

Como ustedes saben, el próximo mes de octubre se celebra el cincuentenario del comienzo del Concilio Vaticano II, cuya Declaración Nostra Aetate sigue siendo la base y guía en nuestros esfuerzos por promover mayor comprensión, respeto y cooperación entre nuestras dos comunidades. Esta Declaración no sólo asumió una neta posición contra toda forma de antisemitismo, sino que sentó también las bases para una nueva valoración teológica de la relación de la Iglesia con el judaísmo, y manifestó su confianza en que el aprecio de la herencia espiritual compartida por judíos y cristianos llevaría a una comprensión y estima mutua cada vez mayor (n. 4).
Al considerar el progreso adquirido en los últimos cincuenta años de relaciones judeo-católicas en todo el mundo, no podemos por menos que dar gracias al Todopoderoso por este signo evidente de su bondad y providencia. Con el crecimiento de la confianza, el respeto y la buena voluntad, grupos que inicialmente se relacionaban con cierta desconfianza, se han convertido paso a paso en socios de confianza y amigos, buenos amigos incluso, capaces de hacer frente juntos a la crisis y superar los conflictos de manera positiva. Ciertamente, aún queda mucho por hacer en la superación de los lastres del pasado, en el fomento de mejores relaciones entre nuestras dos comunidades, y en la respuesta a los desafíos que afrontan cada vez más los creyentes en el mundo actual. Sin embargo, es un motivo para dar gracias el que estemos comprometidos a recorrer juntos el camino del diálogo, la reconciliación y la cooperación.
Queridos amigos, en un mundo cada vez más amenazado por la pérdida de los valores espirituales y morales, que son los que pueden garantizar el respeto de la dignidad humana y la paz duradera, un diálogo sincero y respetuoso entre religiones y culturas es crucial para el futuro de nuestra familia humana. Tengo la esperanza de que esta visita de hoy sea una fuente de aliento y confianza renovada a la hora de afrontar el reto de construir lazos cada vez más fuertes de amistad y colaboración, y de dar testimonio profético de la fuerza de la verdad de Dios, la justicia y el amor reconciliador, para el bien de toda la humanidad.
Con estos sentimientos, queridos amigos, pido al tres veces Santo que les bendiga a ustedes y a sus familias con abundantes dones espirituales, y que guíe sus pasos por el camino de la paz.
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La Iglesia HoyMucho me complace dar la bienvenida a esta delegación del Congreso Judío Latinoamericano. Nuestro encuentro es particularmente significativo, pues ustedes son el primer grupo que representa a organizaciones y comunidades judías en América Latina con el que me he encontrado aquí en el Vaticano. En toda Latinoamérica hay comunidades judías dinámicas, especialmente en Argentina y Brasil, que viven junto a una gran mayoría de católicos. A partir de los años del Concilio Vaticano II, las relaciones entre judíos y católicos se han fortalecido también en su región, y hay diversas iniciativas que siguen profundizando la mutua amistad.

Como ustedes saben, el próximo mes de octubre se celebra el cincuentenario del comienzo del Concilio Vaticano II, cuya Declaración Nostra Aetate sigue siendo la base y guía en nuestros esfuerzos por promover mayor comprensión, respeto y cooperación entre nuestras dos comunidades. Esta Declaración no sólo asumió una neta posición contra toda forma de antisemitismo, sino que sentó también las bases para una nueva valoración teológica de la relación de la Iglesia con el judaísmo, y manifestó su confianza en que el aprecio de la herencia espiritual compartida por judíos y cristianos llevaría a una comprensión y estima mutua cada vez mayor (n. 4).
Al considerar el progreso adquirido en los últimos cincuenta años de relaciones judeo-católicas en todo el mundo, no podemos por menos que dar gracias al Todopoderoso por este signo evidente de su bondad y providencia. Con el crecimiento de la confianza, el respeto y la buena voluntad, grupos que inicialmente se relacionaban con cierta desconfianza, se han convertido paso a paso en socios de confianza y amigos, buenos amigos incluso, capaces de hacer frente juntos a la crisis y superar los conflictos de manera positiva. Ciertamente, aún queda mucho por hacer en la superación de los lastres del pasado, en el fomento de mejores relaciones entre nuestras dos comunidades, y en la respuesta a los desafíos que afrontan cada vez más los creyentes en el mundo actual. Sin embargo, es un motivo para dar gracias el que estemos comprometidos a recorrer juntos el camino del diálogo, la reconciliación y la cooperación.
Queridos amigos, en un mundo cada vez más amenazado por la pérdida de los valores espirituales y morales, que son los que pueden garantizar el respeto de la dignidad humana y la paz duradera, un diálogo sincero y respetuoso entre religiones y culturas es crucial para el futuro de nuestra familia humana. Tengo la esperanza de que esta visita de hoy sea una fuente de aliento y confianza renovada a la hora de afrontar el reto de construir lazos cada vez más fuertes de amistad y colaboración, y de dar testimonio profético de la fuerza de la verdad de Dios, la justicia y el amor reconciliador, para el bien de toda la humanidad.
Con estos sentimientos, queridos amigos, pido al tres veces Santo que les bendiga a ustedes y a sus familias con abundantes dones espirituales, y que guíe sus pasos por el camino de la paz.

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